jueves, 22 de enero de 2015

"Los cálidos días de enero", by Donald Revell . Versiona Luisa Pastor


Donald Revell

"Warm Days in January" by Donald Revell 
(from Erasures, 1992)  

Nunca me ha sido tan fácil llorar abiertamente
o ponerme en el lugar de un niño.
Nunca antes pude caminar sin titubeo
hasta el centro de la ciudad –esa isla –
como un autómata confundido entre otros tantos
que suspiran lastimeros,
con la puesta de sol sobre sus hombros
gustoso de retenerla entre la melosa hilera de árboles
unos instantes más.

Unos años atrás, 
nunca estaba lo suficientemente triste
y nada sino un hotel que yo pudiese romper en pedazos
para luego reconstruirlo de nuevo en una caja de zapatos
me hacía sentir como en casa.
Mis padres habían muerto.
Y sus humildes pertenencias venían conmigo de hotel en hotel
como residuos de un romanticismo febril.

Ahora, con las sienes encanecidas,
llevo de la mano a una vieja amante,
- más reticente que tímida,
más silenciosa que expectante-
a la parada de autobús, junto al Museo Judío.

Aguardamos en la oscuridad largo rato.
No hay beso.
Cuando el autobús llega, sube con determinación.
Es allí donde la veo por última vez,
alejándose en su asiento, entre luces de neón y ruido.
No me dice adiós encantadoramente con la mano,
erguida en la distante independencia
que  traicionamos años atrás con nuestro primer beso.

No hay que subestimar nunca la ventaja de una retirada.
No cabe duda  de que el pensamiento y el tiempo
tienden a minimizar los daños.
No se debe rechazar nunca
la sencillez de una vía de escape
o de un gesto de perplejidad prescrito.

Al término de la infancia,
cuesta distinguir la felicidad del mero optimismo.
Ni el parricidio, ni los hoteles decadentes,
ni las volubles alucinaciones  de las drogas y la rebelión
marcan la diferencia.
No somos más complicados que nuestros bisabuelos.
También ellos sintieron en su momento pavor
de pie ante el hotel de la vida.
 
Como ellos, buscamos el refugio
de los cálidos días de enero,
una devoción cuya idea fija
es sobrevivir según unas leyes explícitas
que ninguna mujer joven adora
que ningún hombre joven acata,
                                                      con ansia consentida.

Versión de Luisa Pastor

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